jueves, 25 de septiembre de 2014

De la homilía del 7 de octubre de 2007



La muerte no es nada.
No he hecho más que pasar al otro lado.
Yo sigo siendo yo y tú sigues siendo tú.
Lo que éramos el uno para el otro, seguimos siéndolo.
Dame el nombre que siempre me diste.
Háblame como siempre me hablaste.
No emplees un tono distinto.
No adoptes una expresión solemne ni triste.
Sigue riendo con lo que nos hacía reír juntos.
Reza, sonríe, piensa en mí,  reza conmigo.
Que mi nombre se pronuncie en casa como siempre lo fue.
Sin énfasis alguno, sin huella alguna de sombra.
La vida sigue significando lo que siempre significó.
La vida es lo que siempre fue, el hilo no se ha cortado.
¿Por qué habría de estar yo fuera de tus pensamientos?
¿Sólo porque estoy fuera de tu vista?
No estoy lejos, sólo a la vuelta del camino…
Lo ves, todo está bien…
Volverás a encontrar mi corazón,
Volverás a encontrar su ternura acendrada.
Enjuga tus  lágrimas y no llores si me amas...
No llores si me amas...
Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo,
Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos
los horizontes, los campos y los nuevos senderos que atravieso...
Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¡Como!...¿Tu me has visto, me has amado en el país de las sombras y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
Como ha roto las que a mí me encadenaban,
Cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
Y tu alma  venga a este cielo en el que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme.
Sentirás que te sigo amando, que te amé,
Y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz,
Ya no esperando la muerte, sino avanzando conmigo,
Te llevaré de la mano por senderos nuevos de luz y de vida,
Bebiendo con embriaguez a los pies de Dios,
un néctar del cual nadie se saciará jamás.
Enjuga tu llanto y no llores si me amas

San Agustín escribió esto con muy buen criterio para consuelo de los mortales que echamos de menos  a nuestros seres queridos.
Don José Trujillo nuestro querido párroco, añadió a su homilía estas frases;  recuerdo como me confortaron tanto ésto, como toda la celebración del funeral.
Hasta ahora, casi siete años después, no he podido guardarlas en el blog que Enrique creó para plasmar recuerdos de amigos y familiares.
 Era empezar a intentarlo y las lágrimas no me dejaban.
¡Me cuesta tanto vivir sin él!
Hoy, por si alguien todavía entra en él, aprovecho para agradecer a tantos buenos amigos las muestras de cariño que recibí y sigo recibiendo sobre todo a mi párroco que tiene presente a Vicente cada vez que me vé
Gracias ,Gracias ,Gracias

lunes, 5 de marzo de 2012

martes, 19 de octubre de 2010

martes, 23 de octubre de 2007

Notas biográficas


Vicente Pacheco nace en Alcantarilla (Murcia) el 9 de julio de 1933. A su padre, de profesión maestro de obra, no le faltaba trabajo dada su pericia. Por ejemplo, intervino en la construcción del Cristo de Monteagudo, en la capital murciana. Pero por lo que más se le recuerda aún hoy por aquellas tierras es por su bondad y religiosidad.


Desde su infancia, en varios momentos del día, Vicente emplea un tiempo en rezar. La Virgen del Rosario (junto con la Virgen de la Salud) es copatrona de su localidad natal y Vicente le tiene cariño. Entre sus oraciones no falta el Santo Rosario, que acompaña a Vicente como una constante en su vida hasta sus últimos momentos.

Cada mañana va en bicicleta desde Alcantarilla al Colegio de los Maristas de Murcia pese a su corta edad. Recuerda haberlo pasado mal con el frío de la mañana muchas veces, pero en esos tiempos de postguerra había costumbre de sufrir.

Cuando tenía él 12 años, su familia decide ir a Madrid, donde se instalan en la calle Rey Francisco, en el Barrio de Argüelles, que quedó absolutamente derruido por la guerra. Uno de los episodios que Vicente recuerda de entonces es un día que salió a comprar con su padre y volvió con las manos vacías. Y no por falta de dinero, sino porque las tiendas estaban sin existencias.

Al poco tiempo se trasladan al número 3 de la calle Los Vascos. Allí también prueban fortuna con un negocio de material de construcción. Las ganancias de la familia provienen de éste, junto con los trabajos que su padre sigue realizando.


Allí estudia en el Colegio Buen Consejo, situado muy cerca de su casa.


Al finalizar el Bachillerato, pasa varios años intentando el ingreso en la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas. Al mismo tiempo, tiene que ayudar a su padre en el trabajo, lo que le supone un sobreesfuerzo y que el ingreso en la Escuela le lleve más tiempo del necesario. Mientras, obtiene el título de Delineante, por si no llegara a acceder. Pero al final lo logra. Una vez dentro, le resulta sencillo terminar la carrera y obtiene el título de Ayudante (hoy Ingeniero Técnico) de Obras Públicas.


Por aquellos años, su hermana Carmina ha de ser operada de apendicitis. Y tiene que estar ingresada unos días en la Clínica de la Cruz Roja de Reina Victoria. Entre las enfermeras se pasa la voz de "lo guapo que es el hermano" de la recién operada y todas quieren ir a esa habitación a atenderla. Todas, menos Delia, que piensa que "no es para tanto".


Sin embargo, el destino les tenía preparada toda una vida juntos y empezaron a salir. Vicente va cada tarde a buscar a Delia a la salida de su trabajo: la consulta de D. Benjamín, que a menudo se prolongaba más allá de lo acordado, lo que le hacía a Vicente desesperarse.


Definitivamente, la tienda de material de construcción va mal y tiene que cerrar. Al padre de Vicente le sale un trabajo importante en Vigo y su hijo lo acompaña.


El día 5 de marzo de 1962, Delia y Vicente se casan en la Capellanía del Estado Mayor (el padre de Delia es Comandante del Ejército) y se van a vivir a Vigo, donde comienzan una vida juntos. Parte de las ganancias las aporta Vicente a sus padres, que andan necesitados.


EN GUINEA ECUATORIAL


Pero pronto le surge una oportunidad profesional en Guinea Ecuatorial y, sin dudarlo, se trasladan. La distancia con la familia es grande, pero se ven compensados por la ilusión y por la llegada del primero de sus hijos: Fernando.


Profesionalmente, Vicente desarrolla una actividad que le causa muchas gratificaciones. Puertos, faros, carreteras, un aeropuerto... tanto en el continente como en las islas: Fernando Poo, Bata, Annobón, Sao Tomé... Las condiciones laborales eran buenas y por cada campaña (18 meses) tenían derecho a seis meses de permiso. En uno de esos permisos, en Madrid, nace el segundo de sus hijos: Eduardo.


Regresan a Guinea y allí, tras un difícil embarazo, nace Vicente, el tercero, en 1967.


Se prometían años felices pero, al año siguiente, en 1968, se produce la revolución para la independencia. La mayoría de españoles no nativos regresan: permanecer es una inconsciencia.

También Delia sale de allí con sus pequeños hijos. Vicente quiere quedarse para consignar todos los trabajos que tenía entre manos a su eventual sucesor, lo que tenía su riesgo, pues los precursores de la revolución mataban a toda persona blanca que quedaba por allí. Y, sin embargo, él quería asegurarse de que todo quedaba en buenas manos.

En un alarde de inteligencia, Delia le pidió que se fuera a Madrid y le dijo: "prefiero ser la mujer de un cobarde a la viuda de un valiente". Y él regresa, estableciéndose todos de nuevo en Madrid, en el barrio de Estrecho.


VUELTA A MADRID

Vicente retoma su puesto en el Ministerio de Obras Públicas (o de Fomento, según las épocas) donde dirige la realización de algunas carreteras y la conservación de otras de un determinado radio. En sus ratos "libres" hace fructificar sus talentos construyendo edificios en varios lugares de la periferia de Madrid.

En el año 1970 llega el cuarto de sus hijos: Enrique y en 1975 nace Roberto.

Aquel piso de la calle Francos Rodríguez se queda pequeño y deciden trasladarse a la zona Norte de Madrid, buscando la cercanía al Colegio Valdeluz, donde estudian sus hijos.




Vicente sigue poniendo su talento a disposición de la construcción.

Un día, un peón caminero comentaba:

"Lo vi aparecer por la obra, joven, parecía que tenía el título de ingeniero recién sacado. Cuando venía un ingeniero novel a una obra, ya sabíamos que nos iba a teorizar sobre asuntos que él mismo desconocía. En aquella ocasión estábamos instalando un tubo para la acometida de servicios, paralelo a una carretera. Él llegó, se subió al tubo y saltó sobre él para comprobar que la instalación había sido adecuada y que estaba fijo. Ninguno de los que lo habíamos instalado nos hubiéramos atrevido a hacerlo por el riesgo de caernos a la zanja de no haber estado bien recibido. Sinceramente, no lo habíamos hecho a conciencia y él lo detectó con esa comprobación. Paleta en mano, tomó cemento y nos enseñó cómo había que ponerlo para que ofreciera garantías. Nunca había visto a un ingeniero hacer eso pero, desde ese momento, él se ganó todo nuestro respeto y admiración. No sólo tenía los conocimientos técnicos de un buen ingeniero, sino también los prácticos de un peón"

Su competencia lo llevó a ser Jefe de la Conservación del Patrimonio Nacional y tener relación con la Presidencia del Gobierno y la Casa Real.

Y es que Vicente, con cariño, sabía estar con todos: los de más arriba y los de más abajo. Todas las personas que lo han conocido se han sentido queridas personalmente, "con predilección".




SU SALUD


Su jovialidad le llevaba a no hacerle pesar a nadie su problema de salud: por una malformación congénita su corazón no funcionaba bien. Lo supo cuando tenía poco más de veinte años. De hecho, a Delia, cuando eran novios, un médico le desaconsejó que se casara con él ya que, decía, "en pocos años te dejará viuda". Con coraje, ella decidió ir adelante y elegirle como esposo para toda su vida. Vicente, por su parte, siguió los consejos médicos de hacer gimnasia cada día y dejar de fumar. No abandonaba la gimnasia un solo día, ya estuviera de viaje, ya tuviera gripe, ya estuviera convaleciente de una operación... A veces, era desesperante no poder comer hasta más allá de las 4 de la tarde, pero su gimnasia era su obligación y la cumplía con fidelidad. La misma fidelidad espiritual que tenía para rezar el Santo Rosario cada día, aprovechando ese rato. Todos los que lo han rezado con él, recuerdan con qué consciencia recitaba el Credo: meditaba cada palabra y, aunque tuviera que repetirla varias veces, no seguía adelante hasta que era plenamente consciente de lo que estaba diciendo.

Su corazón le hizo pasar por el quirófano media docena de veces desde los 57 años. Entre medias, también tuvo un cáncer de colon, que superó. De la quimioterapia, que le minaba las fuerzas, decía: "hay que pasarla, no se puede describir".

En 2006, en una de las operaciones de corazón, contrajo una bacteria de quirófano (staphylococos aureus). Cuando todos los pronósticos decían que no la superaría, tras tres meses de ingreso con constantes antibióticos, fue capaz de recuperarse. Durante el pesado tratamiento (y más en él que, por su actividad, se sentía encarcelado) comentaba: "es posible que me muera de esto, pero yo voy a luchar hasta el final, porque yo quiero vivir".

Eran esas ganas de vivir las que le hacían superar todo siempre. Había tenido muchas ocasiones para morirse a lo largo de la vida y a los que convivían con él siempre les impresionaba la manera que tenía de convivir con la eventual muerte: no tenemos la vida comprada.


SU MOMENTO DE GLORIA

Era 3 de octubre de 2007. Pese a estar "oficialmente" jubilado, como cada día, tras su gimnasia fue a arreglar asuntos de su actividad empresarial: unas cuantas llamadas para concretar unos asuntos, una pequeña reunión, planificación de un viaje a Murcia a comprar la Lotería de Navidad como cada año para poder intercambiar con gente que, con esta excusa, tenía ocasión de saludar al menos una vez al año...

Ese día llovía en Madrid. A última hora de la mañana salió a dar su paseo matutino. Un resbalón le hizo caer en la rampa de su garaje, con la mala suerte de que su frente impactó contra el suelo. Tras lavarle las heridas lo llevamos a su hospital habitual, donde le habían operado del corazón en varias ocasiones, pensando que la caída se debía a un fallo cardíaco y que estaba en la manzana contigua. Nos aconsejaron ir a otra clínica, situada en la misma calle, donde tenían urgencias traumatológicas, pues había que cuidar ese golpe. Tampoco ahí nos podían atender: no cuentan con neurocirujano y lo importante es valorar las consecuencias internas del golpe.

Tras varias llamadas, nos remiten a la Clínica de Nuestra Señora del Rosario, en la calle Príncipe de Vergara y nos confirman que ahí le pueden dejar ingresado si procede, pues tienen camas libres. El diagnóstico: un pequeño derrame cerebral, en principio sin importancia, pero conviene dejarlo en observación, dado su complejo cuadro clínico.

De ese miércoles al sábado, recupera toda su consciencia, pero el derrame no remite. Tampoco va a más, pero no se reabsorbe. Cuando viene el médico a la habitación ese sábado a valorar el último scanner, con su sentido del humor habitual le pregunta: "¿Me dejan ir al bautizo de mi novena nieta esta tarde? Yo me encuentro bien..." Y el médico le responde que no. Y continúa: "Pero, ¿cuánto tiempo me van a tener aquí, quince días?" Y el doctor le dijo: "Más o menos. Hagase a la idea de algo así". Cuando el médico abandona la habitación, dice: "Estamos a sábado. Domingo, lunes, martes, miércoles..." (contando con los dedos). "En cuatro días estoy curado y nos vamos a La Manga a pasar el puente del Pilar" (como había planeado días antes). Y, añadió: "Lo único bueno de que me dejen aquí es que mañana, día de la Patrona Titular de la Clínica, me darán alguna comida especial".

Esa noche, Delia lo nota inquieto. Para que se tranquilice, comienza a rezar el Rosario con él. Y él va respondiendo, como queriendo terminarlo pronto. Cuando lo termina, le dice: "Te quiero mucho" y entra en coma.



Rápidamente lo llevan a la UCI. En un scanner de urgencia, de madrugada, observan que hay un nuevo derrame cerebral, masivo e irreversible. No hay nada que hacer: en cuestión de horas pasó a la otra vida, a la definitiva.

Efectivamente, ese día recibió una comida especial, pero se la dio la Virgen en persona, en el banquete del Cielo, tras darle el abrazo maternal de bienvenida a casa. No podía ser de otra manera, uno que había sido fiel al rosario toda su vida, en la Clínica de Nuestra Señora del Rosario, el día 7 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Rosario. ¿Coincidencia? Puede ser, pero conforta saberse en los brazos de una Madre.


*** *** *** *** ***


Estas notas, escritas en algunos ratos sueltos, son algunos de los muchos recuerdos biográficos que quedan de Vicente. Invitamos a los que lo conocisteis a añadir los comentarios que queráis y que aportéis vuestros propios recuerdos y anécdotas con él.

Quien lo conoció no quedó indiferente y ésta es una forma de que permanezca para siempre en la memoria colectiva.

Gracias a todos.

domingo, 7 de octubre de 2007

Vicente Pacheco Munuera

In memoriam

A las 23:00 del día 7 de octubre de 2007, festividad de Nuestra Señora del Rosario, en la Clínica del Rosario, de Madrid sus pulmones dejaron de respirar. Se fue como vivía: discretamente, tratando de no molestar.

Su cuerpo fue incinerado en el Parque La Paz de Alcobendas, Ctra Colmenar Viejo, a las 12:00 de mañana del 9 de octubre.

El martes 23 de octubre, a las 19:30 horas, en la Parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, c/ Nuria, 47 en Madrid (Barrio de Mirasierra) se celebró una misa por su eterno descanso y en acción de gracias por el tiempo que hemos pasado con él.

Los asistentes recordaban anécdotas vividas con él, que os invitamos a escribir en este espacio, para compartirlas con todos los que le hemos conocido.